Un manotazo duro, un golpe helado
Un hachazo invisible y homicida
Un empujón brutal te ha derribado.
No era posible dejar de acudir a Miguel Hernández para llorar con él por la pérdida de nuestro Miguel, de nuestro «camarada». Por eso, acudir a su poeta, «con quien tanto quería», no es ni literario ni artificioso. Es, sencillamente, agarrarnos, como si nos hundiéramos, a un grito inacabable.
Miguel nunca quiso ser un gran personaje. Nunca se sintió importante. Fue el modelo prototípico de lo que no es un «fiscal-estrella».Nunca fue el protagonista de sus asuntos. Nos enseñó con sencilla naturalidad lo que significa el servicio público, la disponibilidad, la entrega, a las necesidades de los ciudadanos, a la protección de sus derechos. Era modesto, También en esto, el poeta de Orihuela parece que le prestaba su palabra : «Me llamo barro, aunque Miguel me llame».
Asumía el compromiso de sus firmes convicciones con un deje de inteligente escepticismo. Recuerdo su primer viaje clandestino a París para entrevistarnos con la dirección del Partido. Tras las peripecias, hoy inconcebibles, del paso de la frontera, nos reencontrábamos en una estación de ferrocarril francesa, para viajar, ya juntos, y nos sorprendió una huelga que desbarataba los horarios y las citas de seguridad. Miguel, impasible, comentó . » si esto nos lo hacen nuestros camaradas…!»
Siempre fue trabajador , autoexigente, y meticuloso. Conversador inagotable y fumador empedernido. Había sido Secretario Judicial antes de ingresar en la Carrera Fiscal, y ello le había proporcionado una perspectiva práctica, un conocimiento de los pasillos de la justicia, y de lo que no está en los libros, que otros tardaríamos años en alcanzar, si es que lo llegáramos a hacer.
Tenía un sentido del humor socarrón e irónico. Cuando se produjo la detención de los miembros de la Asamblea de Cataluña propuse a Miguel que me acompañara a una entrevista con el obispo de La Seo de Urgel, (que además es copríncipe de Andorra). Se trataba de instarle a interceder por los detenidos. Me acompañó. Pero su sonrisa cargada de ironía al oírme la propuesta fue inefable. Durante todo el viaje de ida no cesó de reírse de la lamentable situación a que nos abocaba la dictadura, de tener que ir a hablar con un obispo que además era copríncipe.
El obispo estuvo tenso. Después supimos que no se creyó que yo fuera el fiscal jefe en funciones, de la Provincia de Lérida, y que Miguel fuera el teniente fiscal, como realmente lo éramos en esos momentos. Y cuando se informó adecuadamente, tampoco parece que se esforzara en velar por su grey. Miguel, agnóstico y socarrón, siempre recordaba aquella surrealista visita.
Guardo con especial afecto una deuda de gratitud para con Miguel y Dorita. Durante los tres años de mi «exilio» leridano su casa fue como mi casa. No nos conocíamos personalmente hasta entonces, en 1972. Pero teníamos una referencia inequívoca, que era nuestro común maestro Jesús Vicente Chamorro.
Inteligente y trabajador, sabio y modesto, irónico y socarrón, comprometido y escéptico, Miguel era, además, y sobre todo, cordial, acogedor, solidario, sencillo y próximo. Así le recordamos todos, como un «obrero del derecho» tal como él se autodefinía. (Ahora hablan de operadores jurídicos). Como uno de esos miles de hombres a los que se refería don Antonio Machado :
Y no conocen la prisa
Ni aún en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
Donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran ,pasan y sueñan…