Por Manuel-Jesús Dolz Lago. Fiscal del Tribunal Supremo.
La democracia es un lamentable abuso de la estadística (Jorge Luis Borges)
Paseando estos días por Madrid me encontré arrugado en el suelo un papel con esta crónica. Al leerla, comprendí que su autor, quizás un corresponsal extranjero que conoce bien nuestra idiosincrasia y poesía, no quería que fuera publicada. Ya se ha publicado tanto sobre este tema, que más sobre lo mismo hace que cada vez se presuma menos la atención de los lectores. No obstante, real o no, tal vez sea del interés de alguien y me he atrevido a enviarla al periódico, por su carácter anónimo e igualmente utópico. Dice así: “Ahora que hemos acampado en Sol sólo nos queda la Luna”. A la Puerta de Sol de Madrid se accede desde muchos lugares. Es el kilómetro cero de España. Accedo desde la calle Montera, habitualmente escenario de la oferta del oficio más viejo del mundo, donde mujeres jóvenes se ofrecen explícitamente, entre el gentío que esta tarde primaveral de un 20 mayo 2011 inunda la vía. También hay hombres-anuncio que ofertan la compraventa de oro en locales contiguos. Espectadores perezosos en las terrazas observando el espectáculo de los transeúntes y de las putas paradas, saboreando su cerveza desde la mirada oculta por sus gafas negras. La calle aboca en su pendiente como un río a la explanada de la plaza. A río revuelto ganancia de pescadores. Conforme me acerco la densidad humana es más perceptible, como los días festivos, en los que la Puerta del Sol se convierte en un hervidero de turistas y lugareños. Como en nochevieja, en la que no cabe un alfiler y los carteristas hacen su agosto en pleno invierno. “Cuidado con las carteras que vienen los políticos” –grita una joven-. Adentrado en el tumulto que se aglomera en la plaza, sorprende, en primer lugar, los toldos que cobijan su centro, colocados frágilmente para dar un techo a los que, tal vez, no lo tengan. Un consuelo. Qué pronto nos resguardamos del cielo aunque queramos alcanzarlo. De Madrid al cielo. Ni siquiera los espíritus más libres evitan el cobijo de una lona vieja, de un plástico azul, que les evite el sol en la Puerta del Sol o esa ansiada luna con la que se sueña. ¡Qué paradoja! También oigo por los altavoces que se va a reunir la comisión de las comisiones para coordinar, para organizar, hay una comisión de limpieza cuyo representante ausente es reclamado, comisión de relaciones, comisión informativa, comisión de alimentación y así casi más comisiones que las del propio Estado, del que se reniega. “La imaginación al poder”, lema del viejo mayo francés del 68 resucita entre estancias de la plaza bien delimitadas con sofás, sillones y alfombras. Un señor grueso con gafas negras ocupa en su sillón negro un espacio central rodeado de jóvenes solidarios que asientan sus reales en el suelo. Parece un buda satisfecho. Al lado, tenderetes con agua, refrescos y comida. “No somos un restaurante”, reza un cartel que está acompañado de cientos de pequeños mensajes donde se mezcla “no tomes alcohol”, “no vale todo: no se admiten nazis”, “no a los políticos corruptos” “Democracia Real Ya”, ¿serán monárquicos estos jóvenes demócratas? “Movimiento 15-M”. ¡Qué pena!, recuerdo esa palabra con escalofrío, “Glorioso Movimiento Nacional”. Una joven de ojos verdes vocifera ante otros diciendo que no podemos estar en contra de nadie porque eso desembocaría en la reacción, somos pacíficos. Otros discuten sobre si puede o no ser honesto el alcalde de Bitiburrino, mientras un viejo ha logrado despertar la atención en medio de un círculo, como los charlatanes, diciendo que el Dios de la Biblia es un Dios justiciero y malo, lo que provoca el aplauso general y el asombro al mencionar inmediatamente a Heródoto como el padre de la Historia y decir que él dice lo que le venía en gana y que el que no quiera oír que se vaya. El delirio pausadamente se acompasa en otro espacio, donde se critica el paro, la penuria económica y la labor de los políticos mientras un perro juguetea con unos niños que en una guardería improvisada juegan con globos multicolores. Un joven exaltado dice que esto es la revolución cuando un turista le fotografía entusiasmado por vivir algo extraordinario. Como en los países árabes –dice otro- acabaremos con los dictadores pero sin sangre. Compañeros y compañeras a las barricadas, recuerda un anciano, en un Madrid primaveral y extravagante, añorando el “¡No pasarán!” de la guerra civil del 36, como si no hubieran pasado los años, como si no pasarán los años, entre la ilusión y el pánico. ”Propuesta penal: castigar a los políticos que incumplen sus promesas” se lee en otro de los cárteles que empapelan la boca del metro y son fotografiados por turistas sociológicos y solidarios. ¿Donde hay que firmar compañero? “Sin feminismo no habrá revolución” se oye desde un altavoz entre el maremagnum de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, todos ante el espectáculo, la sorpresa, de esta acampada indefinida en este Madrid que un Dámaso Alonso de 45 años definía en su poema “Insomnio” del libro Hijos de la Ira (1944) como “esa ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)” y quién sabe, ahora, si es la ciudad de un millón de frases que en esta tarde primaveral han hecho de la Puerta de Sol un zoco donde la ilusión de unos acampa mezclada con el revuelo de otros en medio de las frustraciones de todos. En medio de las risas, las estadísticas, la democracia y los carteles de las utopías que conforman ese aire sin el que no es posible la vida de nadie”.
Interesante, ¿no?