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Por Manuel-Jesús Dolz Lago. Fiscal del Tribunal Supremo.

 

“Ser poeta es encontrar/en otros la propia vida” (Gabriel Celaya, 1964)

Este año se celebra el centenario del nacimiento del gran poeta vasco Gabriel Celaya (de nombre civil, Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya- Guipuzcoa, 18 marzo 1911/ Madrid, 18 abril 1991). Celaya era un poeta esencial. Él mismo nos relata, en la Introducción a su libro Itinerario poético (Cátedra, 1976), su admiración por los poetas del grupo de 1927, entre los que conoció personalmente a Federico García Lorca, Moreno Villa, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Pedro Salinas y Vicente Aleixandre, cuando vivía en Madrid en la Residencia de los Estudiantes mientras estudiaba Ingeniería industrial. También narra sus encuentros con Juan Ramón, Ortega o Unamuno, su admiración por los románticos alemanes y por los surrealistas franceses y el nombre de sus autores predilectos: Nietzsche y Goethe. Pero ante todo Celaya era un poeta próximo. En su poema “La poesía es un arma cargada de futuro” (1954), en el año de mi nacimiento, decía: “Maldigo la poesía concebida como un lujo/cultural por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden/ Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”. Muchos crecimos al abrigo de sus palabras, recreadas en las canciones de Paco Ibáñez. “¡A la calle!, ya es hora/de pasearnos a cuerpo/y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo/ No reniego de mi origen/pero digo que seremos/mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo/ Españoles con futuro/ y españoles que, por serlo/ aunque encarnan su pasado no pueden darlo por bueno” de su “España en marcha” (1954). Durante la larga noche oscura de la dictadura franquista, encarnaba, junto con otras voces de los llamados poetas sociales de la postguerra (el Blas de Otero de “Pido la paz y la palabra” 1955), la ilusión y la lucha contra un sistema represor que ahogaba las libertades.  Al tiempo que mostraba su compromiso social con la palabra,  al afirmar que “La Poesía no es un fin en sí. La Poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo. No busca una posteridad de admiradores. Busca un porvenir en el que, consumada, dejará de ser lo que hoy es”, era una voz intimista y amorosa. “A veces me figuro que estoy enamorado/ y es dulce, y es extraño, aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo/ (…) No soy muy inteligente, como se comprende/pero me complace saberme uno de tantos/ y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso” (1945). Celaya fue poeta de la cotidianidad, en su poema “Momentos felices” (1956) escribe: “Cuando llega un amigo, la casa está vacía/pero mi amada saca jamón, anchoas, queso/ aceitunas, percebes, dos botellas de blanco/ y yo asisto al milagro –sé que todo es fiado-/y no quiero pensar si podremos pagarlo/y cuando sin medida bebemos y charlamos/ y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos/y lo somos quizás burlando así la muerte/¿no es la felicidad lo que trasciende?”. También, poeta del amor, en “Dedicatoria final” (1972) canta “Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor/y aunque sea un disparate todo existe porque existes/ y si irradias, no hay vacío, ni hay razón para el suicidio/ ni lógica consecuencia. Porque vivo en ti, me vivo/ y otra vez, gracias a ti, vuelvo a sentirme niño”. Recordar a Celaya es algo más que un ejercicio literario. Es vivir en nuestro tiempo de crisis con la voz cálida e inteligente de aquellos poetas que jamás deben ser olvidados. Porque su alma, íntima y solidaria, siempre nos llevará a los encuentros, que tanto necesitan los que, social o individualmente, están o se sienten abandonados. Él decía que su lema era: “Atrévete a equivocarte”. “Morimos cuando estamos satisfechos de nosotros mismos (…) cuando ya no podemos equivocarnos ni por tanto vivir” y, al rememorar su primera obra publicada Tentativas (1946) escribió “Sólo somos hombres, verdaderamente hombres, en tanto que vivimos inventándonos a nosotros mismos, realizando nuestro personaje o, mejor, nuestro personangel (…)”. Un Celaya esencial, imprescindible, como los ángeles.

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