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PRENSA, FISCALES Y SIGLO XXI

         Estamos en pleno siglo XXI. Aunque parezca una obviedad recordarlo, en algunos temas deberíamos hacerlo. Como todos sabemos, nuestra Ley de Enjuiciamiento Criminal, mientras no prosperen las veleidades reformistas, que nunca se sabe, está fechada dos siglos atrás. De ahí viene la regulación de materias como el secreto de sumario y el procedimiento especial por injurias y calumnias, íntimamente relacionados con el derecho a la información y la libertad de expresión. Y cabría preguntarse si en nuestras relaciones con la prensa seguimos anclados en esa época.

Nuestro Estatuto Orgánico, también vetusto, aunque no tanto, incluye entre nuestras funciones la de informar a la opinión pública. Y la Instrucción 3/2005 de la Fiscalía General del Estado desarrolla lo relativo a las relaciones de la Fiscalía con los medios de comunicación. Hasta aquí, todo correcto. Pero cabría preguntarse qué nivel de cumplimiento tienen sus previsiones y, particularmente, cómo arbitramos en la práctica dichas relaciones.

La respuesta no es unívoca. Al margen del dato de que en pocas Fiscalías se ha optado por nombrar un Portavoz distinto del Fiscal jefe, habría que ir más allá, y preguntarnos cómo nos relacionamos con la prensa en nuestro día a día. Y la respuesta, sintiéndolo mucho, no pude ser otra que mal.

Me explicaré. A la mayoría de fiscales la prensa les parece el enemigo. Y los miran como si fueran el diablo mismo reencarnado, con rabo, cuernos y tridente incluido. Craso error. Primero, porque en la prensa hay profesionales buenos, malos y regulares, como en todas partes. Y segunda y principal, porque no podemos despreciar la importancia de la prensa, cada día más habida cuenta la pléyade de información que nos llega por tierra, mar y aire. El ciudadanos tiene derecho a recibir información veraz,  y nosotros estamos en condiciones de ofrecérsela, y de hacerlo a través de los medios de comunicación, su cauce natural. Sin complejos, pero sin prepotencia. Si no somos conscientes de ello, perderemos la batalla con la opinión pública, y la conexión con el ciudadano. De poco sirve que hagamos labores estupendas como servicio público, si el público a cuyo servicio estamos no lo sabe. Y si no lo transmitimos, difícilmente le llegue.

Y es que aun estamos apegados a una concepción arcaica de muchas cosas, y a una concepción sacrosanta de nuestra función que nos distancia del ciudadano y nos convierte en algo ajeno y distante. Creemos que con nuestra profesión de fiscales es suficiente para habérnoslas con los medios de comunicación y, lo que es peor, que nos confiere un derecho a no habérnoslas con ellos. Y nos olvidamos que el derecho a la información también es un derecho, de ésos que tenemos obligación de garantizar, y que no dar una información es tanto como ocultarla. También perdemos de vista que el hecho de que no contar algo no significa que no vaya a publicarse, sino que se publicará sin nuestro punto de vista. Usamos poco la prerrogativa de ser una fuente oficial de información, y ello es algo que debía cambiarse.

De otra parte, nuestra bisoñez en temas como éstos nos lleva a cometer errores irreparables o de difícil solución. No daré ejemplos concretos porque son muchos y muy variados, pero es evidente que cualquier político de medio pelo se rodea de una oficina de prensa que le prepara y asesora en estas materias. Nosotros, sin embargo, acudimos a pecho descubierto a entrevistas o ruedas de prensa convocadas por un tercero como si estuviéramos en los tiempos del salvaje Oeste. Y claro, nos cae el disparo donde más nos duele… Hasta la carrera hermana, que también tiene mucho que aprender en estas materias, tiene sus gabinetes de prensa. De hecho, un Presidente de TSJ no osaría acudir a ningún evento mediático sin ser debidamente escoltado por alguien del gabinete de prensa; sin embargo, nada de eso ocurre en la carrera Fiscal, en la que se tildaría de extravagante o superfluo.

Desde luego, no estoy abogando por un asesoramiento profesional ni por la creación de puestos específicos, sería absurdo en los tiempos que corren, pero sí apuesto por un cambio de planteamiento. Y ese cambio pasa, necesariamente, por una adecuada formación de los fiscales, por una concreción de las obligaciones y los límites y por una potenciación de la función del portavoz. Y por supuesto, en perder el miedo: los periodistas no comen, o al menos no siempre… y si lo hacen, hay que estar preparados. Hay que transformar la confrontación en colaboración. Sólo así llegaremos al siglo XXI.

SUSANA GISBERT

FISCAL (Fiscalía Provincial de Valencia)

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