Susana Gispert Grifo. Fiscal
Fiscalía Provincial de Valencia
Todos estamos cansados de oírlo y leerlo: la Justicia es el “pariente pobre” de los poderes del estado. Los medios son escasos y de poca calidad, los sueldos no dan de sí, la legislación es obsoleta en muchos casos y así hasta el infinito… y más allá, como diría el personaje de Disney.
Pero de todas estas carencias, parece que nos beneficiamos especialmente –qué gran privilegio- los miembros del Ministerio Fiscal. Muchas veces, gozamos de la más absoluta invisibilidad, paradójica con un Ministro que pertenece a la carrera, en los medios de comunicación y en cualquier foro público que se precie. Si atendemos a las noticias de prensa, son frecuentes las declaraciones de políticos que prometen o reclaman airados, según sea su posición en cada momento, la creación de más plazas de Jueces, de Secretarios Judiciales y de funcionarios. Y de Fiscales, nada. Como si no existiéramos, o como si entráramos en cualquiera de estas categorías sin merecer siquiera que se nos nombre.
No hay que negar que esa invisibilidad en ocasiones viene bien o, al menos resulta cómoda. Es el caso de los presuntos y tan aireados “errores judiciales”, en que pocas veces se nos achaca responsabilidad alguna en los medios. Pero esa comodidad no justifica el olvido de que tantas veces somos víctimas, ni mucho menos lo compensa. Si hay responsabilidad del Ministerio Fiscal, acabaremos pechando con ella, así que, poco se gana con esta postura.
Todos sabemos que la Ley Orgánica del Poder Judicial y nuestro propio Estatuto Orgánico nos equipara en posición, honores y tratamiento a Jueces y Magistrados, pero, a la hora de la verdad, poco de esto hay.
Y si como dice el refrán “de muestra vale un botón”, pensemos en las instalaciones con que contamos. En la flamante Ciudad de la Justicia de Valencia, los Fiscales contamos con unas instalaciones que dejan bastante que desear. La mayoría de nosotros, incluidos Delegados como los de Siniestralidad laboral, Medio Ambiente, Violencia Sobre la Mujer, Víctimas y Cooperación Internacional, así como el del Portavoz de la Fiscalía, comparten despacho con otro compañero, que sufre estoicamente las continuas visitas, en perjuicio de su propia concentración en el trabajo. Y al menos la mitad de nosotros, además de compartir despacho, tenemos que soportar que ese despacho que compartimos carezca por completo de luz natural. Y tenemos la inmensa suerte de poder disfrutar de una plaza de aparcamiento en el propio edificio un mes de cada cinco. Auténtico lujo asiático, porque los compañeros que están en los antiguos destacamentos –llámense ahora como se llamen, siguen exactos-, todavía están en peores condiciones, incluida una total falta de seguridad. Pero como somos invisibles, poca gente lo ve.
Sin embargo, a cualquiera le parece inimaginable que un Juez o Magistrado se vea obligado a compartir despacho, menos aún sin ventana, y tampoco a nadie le parecería digno ver en esta situación a un Secretario Judicial. Pero parece que en nuestro caso, es algo normal, incluso asumido por nosotros mismos, con argumentos tan peregrinos como comparaciones con situaciones anteriores en que había varios fiscales en una mesa larga, como si de una cena medieval se tratara.
Y cuando vas a un Juzgado a trabajar, la cosa no parece mejorar. Andas zascandileando de pie entre las mesas, suplicando en ocasiones una silla o un ordenador, o un funcionario que transcriba una calificación de un juicio rápido. O un rinconcito donde poder leer un atestado, o hablar con un Abogado. Y a veces, cuando entras en la Sala, te encuentras con que nadie ha previsto tu presencia y te entran a correprisa una silla que, con suerte, es igual a la del imputado. Y cuando el Juez dice muy pomposamente que aquí se encuentra el representante del Ministerio Fiscal, te miran con cara de asombro. Eso, por no hablar de las horas muertas que pasas en el Juzgado esperando a que lleguen el abogado, el intérprete, o quienquiera que falte, desperdiciando el tiempo mientras Juez y Secretario se sientan tan ricamente en sus respectivos despachos para adelantar sus asuntos –y muy bien que hacen, por cierto, ya quisiéramos-.
¿Y qué pasa si el Fiscal que iba a ir a un juicio se pone enfermo, o no ha llegado la notificación del señalamiento a tiempo, o cualquier otro contratiempo? Pues que como dicen que somos una institución, cualquiera vale, y el pobre al que le toca asumirlo, se va corriendo, y hace un juicio, o veinte, que no había preparado. Y todos tan contentos, porque se ha cubierto en expediente, sin más. Nadie se plantea que los Fiscales nos preparamos los juicios y que, si vamos sin prepararlos, lo hacemos obviamente peor, por más que se haya cubierto el expediente.
Y otro tanto con las vacaciones, en que nos sustituimos entre nosotros, estirándonos como el chicle, o de los permisos, o de la asistencia a cursos, y eso si las necesidades del servicio nos lo permiten, lo que no siempre ocurre.
Claro que, respecto de los cursos, al menos en lo referente a los que se realizan en el ámbito de la Comunidad Autónoma a la que pertenezco, pocos problemas se plantearán, por su escasez. A modo de ejemplo, en la programación de este año en la Comunidad Valenciana, los Fiscales tenemos previstos la nada despreciable cifra de un solo curso dirigido por un Fiscal, de duración de una jornada, y de otro, también de una jornada, codirigido por un Fiscal y un Secretario Judicial. Los Secretarios Judiciales tienen la suerte de tener uno más, y los Jueces, nada menos que trece, que además son cursos –es decir, al menos dos días de duración-, y no jornadas. Una de dos, o alguien tiene un problema con las matemáticas a la hora de repartir, o piensan que los Fiscales tenemos tanta formación que no nos hace falta saber más. Seguramente es eso.
Quede claro que lo que estoy contando se circunscribe al ámbito de mi Comunidad Autónoma, pero, por lo que he oído a compañeros de otros lugares, y siguiendo con el refranero popular “en todas partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas”. No obstante, me encantaría que alguien contara que en su caso no ocurre, y se siente tratado como merece.
Pero no perdamos de vista que, a veces, parte de culpa es nuestra. Asumimos con resignación todas estas miserias, como asumimos que la responsabilidad de presidir una asociación o de pertenecer al Consejo Fiscal no sólo no suponga relevación de funciones sino que te veas obligado a asumir “créditos” con los compañeros, o a pedir que te hagan el favor de hacer un juicio o una guardia como si tú te marcharas de campo y playa.
Así que, alguna vez debe llegar el momento de plantarnos. Somos una institución constitucional que debe cumplir sus funciones con dignidad. Y como tal deberíamos comportarnos, y exigir las medidas necesarias para ello. La resignación no hace sino llevarnos a situaciones cada vez peores.
Así, si la Justicia es el “pariente pobre”, los Fiscales no parecemos más que una primita huérfana, y es por ello por lo que debemos insistir en reivindicar la dignidad de nuestra función, tan importante, pese a quien pese, en un Estado de Derecho.